viernes, 9 de noviembre de 2012

Oscar “Pinino” Más

"Pinino" Más















Zurdo, de físico pequeño y potente, nació el 29 de octubre de 1946 en Villa Ballester, Buenos Aires, y toda su vida soñó con ponerse la camiseta de River en primera división. Confeso hincha millonario, llegó a declarar que de niño lloraba si el equipo de sus amores perdía.

Se inició en las inferiores de Juvenil Porteño y allí lo vio jugar Juan Evaristo, un histórico delantero xeneize de la década del treinta, que se desempeñaba como entrenador de la reserva del club de la ribera. Evaristo era amigo del padre de “Pinino” y le ofreció llevarlo a probar a Boca donde ya jugaba su hermano. Durante la prueba, cuando el partido estaba igualado en uno, el equipo de Más tuvo un penal a favor. El chiquilín de diez años se hizo cargo de la ejecución y lo tiró desviado. Con el tiempo confesaría que lo hizo a propósito porque “¿como iba a hacer un gol para Boca?”

En 1959, Ernesto Duchini llevó al gurrumín a River y se lo presentó a Peucelle. Cuenta Más que cuando se fue a probar “era una pulguita, los gambeteaba a todos, no me podían sacar la pelota y encima hice un gol” Ese mismo día por la tarde estaba firmando su primer contrato con el millonario en la sede de Suipacha.
Hizo todas las inferiores en el club, como extremo izquierdo, y a pesar de no ser un típico nueve de área, era un gran goleador. Su debut en River fue el 26 de abril de 1964 de la mano de Peucelle, a los 17 años, por la primera fecha del campeonato de ese año frente a Chacarita Jrs, e hizo la jugada para que Rojas anotara el único gol del partido.

Formó parte de los equipos que arrastraban la maldición de no poder conquistar un torneo local. A pesar de ello, tenía el arco entre ceja y ceja, le gustaba patear y probaba desde cualquier lugar, ejecutaba tiros imposibles aprovechando su potencia de piernas y hacía delirar a los hinchas con sus definiciones imposibles y sus festejos alocados.

En su primera etapa en el club jugó 309 partidos y convirtió 169 goles hasta que fue vendido al Real Madrid de España en 1973. Allí no tuvo un buen desempeño, por lo que en 1975 volvió al millonario.
Además de estar presente en la peor racha sin títulos por torneos locales, formó parte de los equipos que perdieron las finales de la Libertadores en 1966 y 1976. Sin duda, su gran deuda era lograr un campeonato con el club que tanto amaba.

La llegada de Labruna en 1975 abrió la esperanza de todo el pueblo millonario de cortar la sequía y con “Pinino” entre sus filas, River ganó el campeonato Metropolitano de 1975. Así el “Mono” se sacó la espina que más lo hacía sufrir.

En el segundo período en River jugó 73 encuentros e infló las redes en 30 ocasiones para redondear un total de 382 partidos por torneos de AFA y 199 goles. Estos números lo ubican como el sexto jugador con más presencias en la primera de River y como el segundo máximo goleador histórico de la institución detrás del gran Angel Labruna.

Fuera de la cancha era todo un personaje. Bromista y exótico, le gustaba hacer locuras como salir a la cancha con paraguas los días de tormenta o prender fuego el periódico que Labruna estaba leyendo.
En 1977 se fue de River y comenzó una travesía que lo llevó al América de Cali, Colombia, y continuó por Quilmes y varios clubes del ascenso argentino. Fue en 1979, cuando jugando para el equipo cervecero, derrotó al “Pato” Fillol con un furibundo remate, puso el partido 2-0 sobre River y el estadio entero lo aplaudió de pié. El no lo festejó, así como no podía hacer un gol para Boca, no podía festejar uno contra el equipo que le seguía quitando el sueño.

Aunque el quería terminar sus días como futbolista con la banda roja en el pecho, el destino quiso que sus últimos piques los llevara a cabo en un equipo con el nombre de la contra, en algún club llamado Boca del interior del país se retiró en 1987.

Luego trabajó en River y se vio envuelto en una estafa en la que pedía plata a los padres de chicos para llevarlos a probar al club. Esta situación le valió un juicio penal y “Pinino” no encontró palabras para pedir disculpas, admitiendo que era adicto al juego y reconociendo que lo hacía para satisfacer su adicción.

A pesar de esto, el hincha lo recuerda como uno de los máximos ídolos de la historia millonaria, porque en definitiva, para el fútbol, solo importa lo que hacía en el verde césped.

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