miércoles, 2 de enero de 2013

Norberto Osvaldo Alonso



Integrante de la galería de ídolos “Millonarios”, es quizá una de las pocas palabras autorizadas para hablar sobre lo que significa vestir los colores sagrados. Junto con Ramón Díaz, el ya fallecido Ángel Labruna, Amadeo Carrizo, Ariel Ortega y Enzo Francescoli (éste último, el único no surgido de las inferiores) son los nombres que se mencionan al pensar en grandes glorias a las que el hincha le gustaría tener siempre cerca del club.

El “Beto”, con su zurda, desparramó magia por todas las canchas argentinas y del mundo. Desde el rectángulo de juego, condujo a River en los momentos más importantes de su historia.

En 1975, con tan solo 22 años, en un medio campo formado por juveniles del club (junto a Reinaldo Merlo y Juan José López), fue el eje del equipo que salía de memoria, hasta que la famosa huelga amenazó con arruinarlo todo. Finalmente, un once compuesto por juveniles, libró la última batalla. El zurdo no estuvo presente en el campo de juego por ser profesional, pero su aura iluminó a Rubén Bruno que se vistió con la “10” en la espalda, y de zurda, a lo Alonso, le dio el tan ansiado título. Una semana antes, frente a San Lorenzo, el “Beto” había allanado el camino con un doblete para abrir las puertas de la consagración.

Didí, un brasileño con buen ojo para detectar talentos, le cumplió el sueño de jugar en la primera del club de sus amores. Lo hizo debutar en 1971 y a partir de ese día, defendería a la “banda” contra viento y marea.

Pero no todo fue un camino de rosas para Alonso. Lesiones, transferencias y peleas, lo obligaron a dejar el equipo en tres oportunidades (1973, 1976 y 1981), y siempre volvió para demostrar que Núñez es su lugar en el mundo. En 1973, una glucemia casi lo aleja del fútbol para siempre; en 1976 se fue a Francia, pero en el país galo no tuvo el éxito esperado y al año siguiente volvió a River; y en 1981, una pelea con el técnico Di Stéffano, antes de la final del Nacional de ese año, lo obligó a migrar a Vélez Sarfield, donde vivió la jornada más triste como jugador cuando le convirtió un gol en el Monumental a su ex compañero, Ubaldo Fillol, y por supuesto, no lo gritó.

De todos modos él siempre volvió, él sentía que el “Millonario” lo necesitaba. Así como en 1975, su regreso en 1977 fue para obtener cuatro títulos más. Dos Metropolitanos (1979 y 1980) y dos Nacionales (1979 y 1981) conforman el palmarés de su segunda etapa en el club. Aunque lo mejor estaba por venir. El sabía que a River le faltaba algo y, como buen hincha, anhelaba conquistar América y el mundo.

Tras volver de Vélez en 1984, en Núñez se estaba armando un equipo que dejaría atrás las angustias en el plano internacional. Con Héctor Veira como director técnico, la llegada de Enzo Francescoli en 1983 y una serie de jugadores que darían un salto de calidad al equipo tras las pobres actuaciones de la primera mitad de la década del 80, River se consagró en el campeonato 1985/86, en aquella jornada gloriosa de la pelota naranja y la posterior vuelta olímpica en la “bombostera”. Obteniendo así la clasificación a la Copa Libertadores 1986, ya sin el “Príncipe” entre sus filas.

En la Copa, el “Capitán Beto” volvió a mostrar como se debe defender la camiseta de la banda sangre. Formando grandes sociedades con Antonio Alzamendi, Juan Funes, Ramón Centurión, Héctor Enrique y Américo Gallego, entre otros, se puso el equipo al hombro y llevó el estandarte riverplatense a lo más alto de América. Dos meses más tarde, una genialidad suya le permitió a Alzamendi anotar el gol para conquistar el Mundo en Japón.

Sin dudas es uno de los jugadores más influyentes en la historia de River. Fue partícipe de todas las grandes hazañas del “Millonario” alrededor del mundo. Estuvo en los planteles más importantes de la historia de la institución. Desparramó su talento y calidad por cuanto rectángulo de césped pisó con sus botines. Asistidor y goleador, los hacía de cabeza, de jugada, de tiro libre, de zurda, de derecha y hasta gambeteando al arquero sin tocar la pelota. Cada vez que se habla de cómo debe jugar River, se dice que hay que tener un diez como Alonso o como dijo Osvaldo Ardizone “el fútbol es un potrero y un pibe que juega como el ‘Beto’ Alonso”.

También vistió la camiseta de la selección en el Mundial de 1978. Luego de dos buenas actuaciones, una lesión le impidió completar el certamen en el que obtuvo su medalla de campeón del Mundo.

En 1987, 70000 personas se congregaron en el Monumental para despedir al ídolo que tuvo allí su partido homenaje. El último encuentro oficial había sido aquella definición Intercontinental, en la que, mientras daba la vuelta olímpica, supo que ese era el momento para retirarse. El 13 de junio de 1987, el estadio Antonio Vespucio Liberti se llenó como si fuese una nueva final. El “Beto” dejaba de regar su fútbol por Núñez y, entre lágrimas, entregaba una frase que refleja su amor por estos colores: “Gracias a Dios que me tiró en River”

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