Crónica de la renuncia de Ramón
Que poco dura la felicidad en River. Cuando recuperamos la senda del triunfo, comenzábamos a pensar en el próximo semestre, en volver a las copas internacionales con serias chances de ser candidatos y nos olvidábamos de todo el mal que nos hicieron durante una década; Ramón Díaz decidió dar el portazo en el Monumental y dejó a todos los hinchas, que lo querían para que sea el Ferguson de Núñez, con la boca abierta.
Era interesante, antes de escribir estas líneas, esperar las
distintas conferencias de cada uno de los actores del espectáculo para poder
hacer un análisis más acabado de la situación. Pero lo cierto es que se sabía
de antemano que ninguno de los dos daría las verdaderas razones de lo sucedido.
A su vez, es llamativa la campaña de cierto sector de
periodismo, tratando de remarcar que lo del riojano fue una renuncia. Es
cierto, en la práctica y en los papeles, lo fue, pero lo que no dicen son las
razones que empujaron al técnico más ganador de la historia Millonaria a tomar
esta drástica decisión, tras haber sumado dos estrellas más a su numerosa
constelación.
Mucho se dijo y mucho se especuló. La verdad es que la nueva
comisión directiva nunca quiso a Ramón. Su exceso de protagonismo, su lengua filosa,
su alto perfil y algunas declaraciones desafortunadas, eran un problema para esta
presidencia, que tampoco tuvo el valor de pagar el costo político de despedir
al técnico que mejor le calza la pilcha del Millo.
Sabido es que D’Onofrio prefería otro perfil de entrenador.
En la previa de las elecciones presidenciales de 2009, donde perdió por seis
votos contra Daniel Passarella, había declarado abiertamente que su preferido
era Marcelo Bielsa. Cuatro años después, con el riojano sentado en el banco del
Monumental, gracias al Kaiser (por convicción o conveniencia), dejó plasmado en
las redes sociales que el técnico de toda su gestión sería Ramón Díaz, claro,
esto le convenía para no perder votos.
Al mismo tiempo, el ahora ex director técnico, declaraba
abiertamente que había un candidato que no lo quería y que si ese ganaba, el
daría un paso al costado.
Las elecciones pasaron, D’Onofrio asumió y lo primero que
hizo fue repatriar a los ídolos. Enzo, el Beto, Ariel Ortega y Ubaldo Fillol,
entre otros, fueron los que recuperaron el lugar perdido durante la gestión
anterior. El cargo de manager del uruguayo apuntaba también a tener injerencia
directa en todos los temas futbolísticos, desde las incorporaciones, hasta
ciertas sugerencias sobre el armado del equipo.
Por supuesto, estas funciones, con Ramón sentado en el
banco, carecían de libertades, generaban incomodidades y condicionaban el
accionar, tanto del riojano como del uruguayo. Ninguno de los dos tenía o
sentía que tenía la libertad necesaria para hacer, deshacer y declarar a su
antojo. Ramón se sentía vigilado y Enzo se hacía presente en el vestuario y los
entrenamientos.
Por otra parte, desde la oratoria, había contradicciones en
los integrantes de la mesa directiva Millonaria. Por un lado, las declaraciones
de campaña del nuevo presidente. Por el otro, en cada derrota o floja
actuación, frases del tipo “si no encuentra el equipo, el sabrá dar un paso al
costado”, luego de la caída ante Colón en Santa Fé; o el twiteado “no se vive
del pasado”, tras la derrota con All Boys; o el “sus palabras le quitan
prestigio al club”, cuando Ramón, en forma desafortunada, agradeció el apoyo de
los borrachos del tablón; dan indicios de que no estaban del todo convencidos o
conformes con tener al Pelado sentado en el banco y se lo hacían saber con esas
“indirectas”.
Claro, nunca dijeron abiertamente “no queremos a Ramón Díaz
sentado en el banco”, pero, a veces, no hay que ser tan explícito para enviar
un mensaje. Es evidente que estaban esperando el momento indicado para alejar
al riojano. Pero su astucia, y los buenos resultados, llevaron a River al final
con la posibilidad de ser campeón, y lo logró por partida doble, lo cual fue un
golpe inesperado, que los obligó a declarar que debía seguir en su cargo.
Aunque no contaban con la sorpresiva renuncia de Ramón, que
había dicho que se iba a ir ganador. Y una vez más cumplió, echando por tierra
las conspiraciones dirigenciales y mostrando que es un técnico para River. Este
escenario les permitió a los dirigentes abrir el paraguas y decir que “Ramón ni
siquiera nos dejó hablar”.
Por supuesto que no, ya estaba todo dicho, habían hablado
durante todo el campeonato. Sumado a que ante cada micrófono expresaban que
“River está pasando una situación económica asfixiante, no podrá hacer grandes
incorporaciones y deberá vender a varios jugadores” del equipo campeón; el
Pelado no se sentía cómodo y creyó que no podría luchar todas las competencias
como a le gustaría si diezmaban su plantel. En consecuencia, con este combo,
D’Onofrio y sus colegas, lograron su objetivo, molestarlo y obligarlo a dar un
paso al costado.
En consecuencia, le fueron rodeando la manzana, le quitaron
libertades, le quisieron tocar a su ayudante e hijo Emiliano Díaz, lo
condicionaron con el futuro plantel, pero es verdad, ellos querían que Ramón
siga. Suena contradictorio, sobre todo conociendo como es el riojano.
El perfil de Ramón no cuadraba con el proyecto que esta
conducción tiene para el nuevo River. Empujar a la renuncia a un técnico
campeón y desmantelar un plantel que ellos no armaron, porque lo cierto es que,
excepto por Fernando Cavenaghi, a este equipo lo armó el Pelado con Daniel
Passarella; y traer un técnico más “aconsejable”, que acepte las
recomendaciones del mánager sin chistar, parece ser el proyecto futbolístico
que pretenden para la reconstrucción.
Así, Ramón se fue y Enzo pasó a tomar el protagonismo. Su
raid mediático y la casi designación de Marcelo Gallardo, por decisión
suya, como nuevo entrenador, son pruebas
de ello. A partir de ahora, será el Príncipe la cara visible del fútbol de
River, y si lo hace como cuando entraba a la cancha, entonces todo el pueblo
Millonario habrá ganado y este malestar quedará en el olvido. El éxito del
Muñeco, será el éxito de River, y al fin y al cabo, eso es lo que todos queremos.
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