sábado, 3 de agosto de 2013

El regreso del Charro

No alcanzan las tribunas
La invasión en el regreso de Moreno










En los tiempos que corren, el furor por la cultura del aguante ha popularizado el canto que repite “no alcanzan las tribunas…”. Pero en 1946, más precisamente el 28 de julio, bien podrían haberse entonado las estrofas de esa canción.

En esa jornada memorable, por la fecha 13 del torneo argentino, volvía a vestir los colores riverplatenses, tras dos años en Mexico, José Manuel Moreno. Esa tarde, River enfrentaba a Atlanta en la cancha de Ferro Carril Oeste, cuya capacidad se vio desbordada por el clamor popular.

En 2 julio de 1944, Moreno había jugado su último partido con la camiseta de River antes de partir al país azteca, dejando atrás un palmarés de cuatro campeonatos y el recuerdo de uno de los mejores equipos de la historia del fútbol argentino: La Máquina.

Tras su exitoso paso por el club España del país de los mariachis, decidió que era momento de volver a la Argentina. El primero en mostrar su interés fue Racing Club, pero como el fútbol mexicano estaba fuera de los controles internacionales, “Rulito” seguía siendo jugador de River, por lo que se estableció una disputa entre ambas instituciones que fue resuelta por el Ministerio de Trabajo: el jugador debía volver a su club de origen.

Desde ese momento todo fue ansiedad y locura. Los hinchas desesperaban por conseguir su entrada, los dirigentes, irresponsables, no querían perderse la oportunidad y pusieron a disposición más localidades que las permitidas. Además, no faltaron los que quisieron colarse, y así, el día del partido, no cabía un alfiler en el estadio, que albergó cerca de 40000 personas, mucho más de lo que podía soportar su aforo.

Afortunadamente no hubo que lamentar una tragedia, ya que la euforia y el fanatismo que despertaba el Charro vencieron la resistencia de los alambrados da las tribunas y la invasión fue inminente. Hubo tantos particulares en el rectángulo de juego que el partido tuvo que ser demorado por treinta minutos.

Por supuesto, al dar el árbitro comienzo al encuentro, las condiciones no eran las ideales. Alambrados caídos y gente por todos lados lo convirtieron en un evento antirreglamentario. A pesar de ello, se jugaron los noventa minutos y el hijo pródigo, que no estaba en óptimas condiciones físicas, devolvió todo ese afecto convirtiendo tres goles para que River ganara 5 a 1 –completaron el quinteto Pedernera y Baez -. La fiesta fue completa.

Antes de que se cumpliera el tiempo reglamentario, el ídolo se fue acercando al túnel que lo llevaba al vestuario, de modo de huir apenas se oyera el pitazo final, de lo contrario, sería interceptado por los miles de fieles que habían ido a recibirlo y le sería imposible salir de allí.

En esa época sí que no alcanzaban las tribunas y no porque existieran los fanáticos de su hinchada, sino porque, en el campo de juego, estaban los mejores jugadores de fútbol del mundo, y José Manuel Moreno, sin dudas, fue uno de ellos.

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