Con 22 años, llegó a River en 1983 como una promesa para
mejorar un plantel carente de figuras destacadas. El uruguayo había sido la
gran estrella de su selección en la Copa América y su incorporación generaba
gran expectativa.
En el torneo Nacional de ese año su actuación fue discreta y
el millonario quedó eliminado en cuartos de final. El campeonato Metropolitano ’83
no sería le excepción. La performance de River fue decepcionante, terminó en la
anteúltima colocación, el “Flaco” había hecho nueve goles en 27 partidos y sus
actuaciones no se correspondían con la expectativa generada, por lo que
comenzaba a ser observado de reojo por el hincha. Su forma de jugar, casi
displicente, hacía pensar que se había cometido un error con su contratación.
Con el correr de los partidos fue cambiando su imagen. Junto
al “Beto” Alonso, llegado en 1984, llevaron a River a jugar la final del
Nacional de ese año, en la cual fue derrotado por Ferro Carril Oeste. Pero lo
mejor vendría en 1985, año en que condujo al millonario a ganar el Campeonato 1985/86,
convirtiendo 25 goles en 32 partidos y teniendo actuaciones destacadas como la
de aquella tarde lluviosa frente a Argentinos Jrs en la que el “millo” ganó 5-4 y el uruguayo convirtió por duplicado.
Además, ese título le brindó el pasaporte para jugar la Copa Libertadores de
1986, que a la postre sería ganada por el conjunto rojiblanco.
Francescoli había nacido el 12 de noviembre de 1961, en
Montevideo, Uruguay. No tenía un físico importante, era más bien flaco y
desgarbado, sus globos oculares sobresalían de sus cuencas, su hablar era
pausado y casi temeroso, pero cuando la pelota caía en sus pies, nada de eso
importaba, su figura se transformaba.
Parecía tener una extraña atracción hacia la pelota, como si
ella supiera que bajo sus botines sería tratada como una reina. No le costaba
nada dominarla, y ella se rendía a sus
pies. Cuando la trasladaba, parecía flotar en el aire, sus movimientos eran
armónicos y estéticos, sus pases eran siempre precisos, a un compañero o a la
red, y como si fuera poco, era un exquisito definidor, siempre buscando el
lugar a donde el arquero no pudiera llegar.
Así se fue ganando al hincha millonario, que lo fue
valorando cada vez más hasta adoptarlo como un hijo del club. Su ascendencia en
el equipo, y entre la hinchada, iba cobrando cada vez más relevancia, pero en
1986, sus grandes actuaciones obligaron a venderlo al Racing de París.
En Europa continuó su carrera durante ocho años, primero en
Francia (Racing y Olimpique de Marsella) y luego en Italia (Cagliari y Torino),
hasta que en 1994 River dio un golpe de efecto en el mercado argentino al
anunciar la contratación del “Príncipe”, que en su anterior etapa en el club,
había prometido volver para saldar su cuenta pendiente, la Copa Libertadores de
América.
Si en 1986 se había marchado como una estrella del club, su
regreso al millonario le deparaba la gloria, hasta convertirlo en el último
gran ídolo de los feligreses riverplatenses.
En su primer campeonato, en 1994, bajo la dirección técnica
de Américo Gallego, condujo a River a obtener el único torneo invicto de su
historia, pero eso no sería todo. Dos años más tarde, con Ramón Díaz dirigiendo
desde el banco y con Enzo desde el rectángulo de juego, pudo cumplir su
promesa. Llevó al millonario a la final del torneo continental, y con un Crespo
contundente que convirtió dos goles, se alzó con el tan ansiado trofeo. Al
finalizar el encuentro, en la boca del túnel, no se olvidaría del joven
goleador, a quién dio las gracias por permitirle cumplir su sueño americano.
Luego continuó en el club de Nuñez por dos años más,
conquistando el tricampeonato (1996-1997) y la única copa que le faltaba a la
institución hasta ese entonces: la Supercopa Sudamericana, derrotando al San
Pablo en la final, donde tuvo la desgracia de desperdiciar un penal, pero, al
igual que en 1996, un goleador implacable, el chileno Salas, anotó por
duplicado para sumar un nuevo trofeo a sus vitrinas y terminar de bañar de
gloria al uruguayo.
En febrero de 1998 decidió comunicar su retiro de la
práctica profesional del fútbol, pero él no pudo alejarse por completo. Siguió
vinculado al deporte más hermoso del mundo y extrañó tanto a la redonda que
decidió despuntar el vicio con la banda roja en el pecho en el torneo de veteranos.
Hace poco estuvo en San Juan, en el partido homenaje a
Ortega, mostrando que su magia y su calidad están intactas, más lento, un poco
más gordo, pero intacto, hasta se dio el lujo de meter un gol de chilena
rememorando aquella acrobacia del Mundialista de Mar del Plata en 1986 frente a
Polonia.
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