domingo, 18 de noviembre de 2012

Enzo Francescoli


Con 22 años, llegó a River en 1983 como una promesa para mejorar un plantel carente de figuras destacadas. El uruguayo había sido la gran estrella de su selección en la Copa América y su incorporación generaba gran expectativa.

En el torneo Nacional de ese año su actuación fue discreta y el millonario quedó eliminado en cuartos de final. El campeonato Metropolitano ’83 no sería le excepción. La performance de River fue decepcionante, terminó en la anteúltima colocación, el “Flaco” había hecho nueve goles en 27 partidos y sus actuaciones no se correspondían con la expectativa generada, por lo que comenzaba a ser observado de reojo por el hincha. Su forma de jugar, casi displicente, hacía pensar que se había cometido un error con su contratación.

Con el correr de los partidos fue cambiando su imagen. Junto al “Beto” Alonso, llegado en 1984, llevaron a River a jugar la final del Nacional de ese año, en la cual fue derrotado por Ferro Carril Oeste. Pero lo mejor vendría en 1985, año en que condujo al millonario a ganar el Campeonato 1985/86, convirtiendo 25 goles en 32 partidos y teniendo actuaciones destacadas como la de aquella tarde lluviosa frente a Argentinos Jrs en la que el “millo” ganó 5-4 y el uruguayo convirtió por duplicado. Además, ese título le brindó el pasaporte para jugar la Copa Libertadores de 1986, que a la postre sería ganada por el conjunto rojiblanco.

Francescoli había nacido el 12 de noviembre de 1961, en Montevideo, Uruguay. No tenía un físico importante, era más bien flaco y desgarbado, sus globos oculares sobresalían de sus cuencas, su hablar era pausado y casi temeroso, pero cuando la pelota caía en sus pies, nada de eso importaba, su figura se transformaba.

Parecía tener una extraña atracción hacia la pelota, como si ella supiera que bajo sus botines sería tratada como una reina. No le costaba nada dominarla, y  ella se rendía a sus pies. Cuando la trasladaba, parecía flotar en el aire, sus movimientos eran armónicos y estéticos, sus pases eran siempre precisos, a un compañero o a la red, y como si fuera poco, era un exquisito definidor, siempre buscando el lugar a donde el arquero no pudiera llegar.

Así se fue ganando al hincha millonario, que lo fue valorando cada vez más hasta adoptarlo como un hijo del club. Su ascendencia en el equipo, y entre la hinchada, iba cobrando cada vez más relevancia, pero en 1986, sus grandes actuaciones obligaron a venderlo al Racing de París.

En Europa continuó su carrera durante ocho años, primero en Francia (Racing y Olimpique de Marsella) y luego en Italia (Cagliari y Torino), hasta que en 1994 River dio un golpe de efecto en el mercado argentino al anunciar la contratación del “Príncipe”, que en su anterior etapa en el club, había prometido volver para saldar su cuenta pendiente, la Copa Libertadores de América.

Si en 1986 se había marchado como una estrella del club, su regreso al millonario le deparaba la gloria, hasta convertirlo en el último gran ídolo de los feligreses riverplatenses.

En su primer campeonato, en 1994, bajo la dirección técnica de Américo Gallego, condujo a River a obtener el único torneo invicto de su historia, pero eso no sería todo. Dos años más tarde, con Ramón Díaz dirigiendo desde el banco y con Enzo desde el rectángulo de juego, pudo cumplir su promesa. Llevó al millonario a la final del torneo continental, y con un Crespo contundente que convirtió dos goles, se alzó con el tan ansiado trofeo. Al finalizar el encuentro, en la boca del túnel, no se olvidaría del joven goleador, a quién dio las gracias por permitirle cumplir su sueño americano.

Luego continuó en el club de Nuñez por dos años más, conquistando el tricampeonato (1996-1997) y la única copa que le faltaba a la institución hasta ese entonces: la Supercopa Sudamericana, derrotando al San Pablo en la final, donde tuvo la desgracia de desperdiciar un penal, pero, al igual que en 1996, un goleador implacable, el chileno Salas, anotó por duplicado para sumar un nuevo trofeo a sus vitrinas y terminar de bañar de gloria al uruguayo.

En febrero de 1998 decidió comunicar su retiro de la práctica profesional del fútbol, pero él no pudo alejarse por completo. Siguió vinculado al deporte más hermoso del mundo y extrañó tanto a la redonda que decidió despuntar el vicio con la banda roja en el pecho en el torneo de veteranos.

Hace poco estuvo en San Juan, en el partido homenaje a Ortega, mostrando que su magia y su calidad están intactas, más lento, un poco más gordo, pero intacto, hasta se dio el lujo de meter un gol de chilena rememorando aquella acrobacia del Mundialista de Mar del Plata en 1986 frente a Polonia.

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